La deriva dictatorial venezolana no se inicia ni termina con los hechos ocurridos en las últimas horas. Una vez le preguntaron a Gabriel García Márquez sobre la diferencia entre el cuento y la novela. A lo cual el Gabo respondió algo así: “la novela es como pegar ladrillos; el cuento es como vaciar concreto”. Esta metáfora es útil para comprender la deriva dictatorial del gobierno venezolano y del proyecto político que lo dirige.
La clásica dictadura latinoamericana se dibujó en el imaginario colectivo como un sanguinario vaciado de concreto, en el cual se golpeaba al unísono bajo un ruido de sables, los tanques avanzaban vomitando sus órdenes de fuego, se fusilaba en masa en un estadio o en las vueltas de esquinas, se almacenaban escombros humanos en fosas comunes, o se bombardeaba un palacio presidencial hasta reducir a los últimos fusileros parapetados en sus pasillos.
La deriva dictatorial venezolana es del otro tipo. Es la unión de pequeños ladrillos, adosados unos a otros para ir levantando una pared, combinando secuencias e irregularidades, dejando espacios para ventanas provisorias, que pueden ser selladas cuando el viento contestatario arrecie. Es este crecimiento, desordenado pero envolvente, lo que ha intentado romper el molde para la calificación directa, tomar cierta distancia del extremo más sádico, conservar ciertas formas, reducidas, limitadas a pequeños agujeros de luz, a rendijas y dinteles que señalen que no es concreto armado. Pero la dictadura avanza con pasos de borracho.
La senda dictatorial comenzó a transitarse desde que en 2008 se desconociera el resultado del referéndum de la primera propuesta de reforma constitucional. De allí en adelante la estrategia ha sido diezmar las posiciones alcanzadas por la oposición, desconocer derrotas, buscar vueltas de trochas para imponer una hegemonía. Lo ocurrido con la Asamblea Nacional desde inicios del 2016 es la muestra de la naturaleza del cerco dictatorial escogido por las facciones dominantes del bloque chavista.
Un juego de facciones
Uno de los aspectos clave del juego político venezolano es que este es un juego de facciones, con agudos problemas de coordinación. Frente a esto, hay visiones ancladas en la idea de dos bloques homogéneos que se enfrentan, en una batalla del bien contra el mal, en una cruzada de defensa de la ciudad sagrada, o en el sitio feroz del castillo enemigo. Desde esta perspectiva, solo se consigue acumular frustraciones, rabias, dolores, huidas, acusaciones de traición, e identificación de los políticos como cobardes o vendidos o ineptos.
La oposición venezolana actual es un archipiélago de facciones, de partidos y personajes, que persiguen sus propios intereses y al hacer esto suelen quedar atrapados en lo que en teoría de juegos se llama un dilema del prisionero. La metáfora más sencilla es lo que suele ocurrir cuando se daña un semáforo. Todos tratan de cruzar pronto, pensando que si ceden el paso quedarán estacionados, y al final se produce una congestión en la que nadie avanza porque se han bloqueado unos a otros, cada uno buscando su propio escape.
Esto es lo que ha ocurrido al interior de la oposición venezolana en los últimos tiempos. Recuerde el caso del año 2005 y la renuncia a participar en las elecciones parlamentarias, lo cual permitió al gobierno alcanzar a bajo costo su hegemonía institucional. En aquel momento, por ejemplo, Acción Democrática había visto mermar de manera significativa su militancia y sus votantes. La cuenta de Ramos Allup entonces fue que si se contaban en elecciones, se haría evidente la débil votación de AD. Por ello, AD decidió que lo mejor para sus intereses era apoyar la abstención y no participar en aquellas elecciones parlamentarias. Bajo la idea de que esa abstención “deslegitimaría” el resultado. La historia nos enseñó el costo de estas cuentas individuales para el proyecto colectivo opositor.
Algo similar ocurrió en el 2016. La oposición abandona las calles y se inscribe en el diálogo, y facilita así la conculcación del referéndum revocatorio, no por ineptitud, o traición o vendidos, sino como resultado de sus propias fallas de coordinación. Cada interés hala para su lado y esto imposibilita el cumplimiento de acuerdos o el sostenimiento de promesas o amenazas.
Así llegamos a la última semana de marzo de 2017, y conocimos las sentencias del Tribunal Supremo de Justicia que expropiaban las atribuciones legislativas del parlamento, y entregaba unos de esos poderes legislativos a Maduro y otros los usurpaba la propia Sala Constitucional del TSJ. Y entonces ocurrió el golpe en la mesa de la Fiscal General de la República, Luisa Ortega Díaz. Y entonces emergen dos hipótesis:
H1: “Esto no es más que una jugada para simular separación de poderes y mostrar una fachada democrática para la arena diplomática: ‘una trampa caza bobos’, dijeron algunos”.
H2: “Esto es evidencia de que al interior del oficialismo también hay fallas de coordinación; y el movimiento de la fiscal mostraría que una facción no apoya la jugada del TSJ”.
Hoy sábado 01 de abril de 2017, la noticia titular indica que “el TSJ reculó”. En dos nuevas sentencias, el TSJ madruga anunciando que revierte aspectos clave de las polémicas sentencias 155 y 156. De la primera, se revierten los contenidos sobre la limitación de la inmunidad parlamentaria y sobre la cesión de amplios poderes legislativos a Maduro. De la sentencia 156, se suprime el contenido que expropiaba las funciones legislativas de la Asamblea Nacional y las usurpaba la propia Sala Constitucional.
¿Qué se mantiene?
La prerrogativa otorgada a Maduro para realizar contratos y asociaciones empresariales, sin la aprobación de la Asamblea Nacional.
¿En dónde estamos?
Continúa la construcción de una pared dictatorial, la cual solo podrá ser derrumbada cuando hayan elecciones libres y cuando se recupere un grado sustantivo de separación de poderes. Por ahora, se ha removido un peligroso ladrillo, se recupera una pequeña rendija, pero la construcción del muro sigue sus pasos.
¿Qué elemento irrumpe con un gesto de fuerza?
La idea de que el oficialismo no es un todo homogéneo, que lo que vemos quizá sea el resultado de pugnas internas, de la revelación de facciones que tienen diferentes visiones de su futuro y de su compromiso democrático.
Se puede entonces abrir espacio a la política. Admitiendo sus rudezas, sus posibilidades impuras, sus oportunismos provechosos, sus alianzas circunstanciales, sus transacciones y sus grises. Yo sé que esto es desagradable para muchos, esos que quieren “cárcel para todos; inclemencia”, pero esta postura es ingenua, es contraproducente, es deprimente y solo conduce a la rabia y al pataleo. Si usted no soporta o no entiende ni quiere entender la política, entonces aléjese, tómese un valium o construya con barro su morada en una isla desierta. Actúe.
¡Pero pare de gritar sandeces!
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