¿Están los EEUU al borde de una nueva guerra?

Foto: Simon Lesley

En cualquier momento, quizás en las próximas horas, pudiéramos ser despertados por los cañones de una nueva guerra. En el inicio, bien pudiera haber una acción militar sorpresiva seguida por una lluvia de misiles: algunos buscarían blancos terrestres, otros escrutarían los mares con metálico apetito, mientras muchos terceros apuntarían a interceptar objetos voladores en su ruta suicida, en su hambre de escombros.

En unas horas, pudiera dispararse súbitamente la audiencia de los canales de noticias, los documentales sobre la ingeniería de la última guerra verían estallar sus ratings, se multiplicarían las búsquedas en Google y las conversaciones cotidianas sobre el significado de “escudos misilísticos”, sonarían las sirenas que presagian la muerte mientras invitan a marchar a los refugios, y uno que otro sótano quizá revelaría un nuevo y morboso encanto. Los tambores de la guerra pueden estar afinando sus latidos de furia. En unos meses, estas letras pueden haberse revelado como espejismo inocuo o como una maldita por acertada premonición. Ojalá que bien pronto se las coma mi olvido.

El martes 07 de marzo de 2017, el gobierno de los EEUU anunció que los primeros componentes de un novedoso sistema de defensa antimisiles habían llegado a puerto en Corea del Sur. Este sistema, bautizado como el sistema de Defensa Terminal para un Área de Gran Altitud (Thaad, por sus siglas en inglés), es un sofisticado mecanismo diseñado para interceptar y destruir misiles balísticos de corto y mediano alcance, durante el último tramo de sus recorridos; el cual se espera que esté en pleno funcionamiento durante los primeros días de abril de 2017.

Este anuncio sobre los primeros pasos del sistema Thaad, fue hecho justo el día después de que Corea del Norte realizara un lanzamiento de prueba de cuatro misiles balísticos, con capacidad para transportar ojivas nucleares, los cuales fueron diseñados para alcanzar las bases estadounidenses en Japón que albergan cerca de 50,000 efectivos militares.

Pocas horas después del anuncio de los mandos militares estadounidenses sobre el despliegue del Thaad, el gobierno chino declaró que este sistema sería una amenaza para su seguridad. Estos son algunos de los eventos que confirman lo complicado del cuadro militar alrededor de la península coreana. No en balde, el expresidente Obama advirtió al entrante Donald Trump que el caso Corea del Norte es la dificultad de seguridad y política exterior más importante que enfrentarán los EEUU en los próximos meses.

¿Constituyen las señales débiles descritas hasta ahora alguna base para el augurio de una guerra inminente? Por supuesto que no hay elementos de juicio para responder afirmativamente, y ojalá cualquier hipótesis afirmativa termine en ese basurero de la historia que acumula las miles, quizá millones, de hipótesis de guerra que se han formulado infructuosamente.

Pero en este cuento hay algunos elementos adicionales que condimentan un posible cuadro de terror:

  1. El promedio de desaprobación popular del presidente Trump ha aumentado desde un 41,3%, al inicio de su mandato el 20 de enero de 2017, hasta un 49,6% tras haber transcurrido apenas 47 días (FiveThirtyEight.com);
  2. Este incremento de su desaprobación ha ocurrido en medio de una serie de traspiés políticos, vinculados con una cadena de sombras alrededor de la relación de varios de sus principales colaboradores con funcionarios rusos (en medio de acusaciones sobre una posible incidencia rusa en la reciente elección presidencial), y con la derrota política que supuso el bloqueo judicial a su primera medida contra los inmigrantes;
  3. El presidente Trump puede ser más sensible a esta variación de su popularidad de lo que muchos suponemos; y
  4. Diversos investigadores han documentado la existencia de un efecto llamado “la danza alrededor de la bandera”, el cual consiste en que la aprobación del presidente de los EEUU registra un aumento significativo, inmediatamente después de intervenciones militares sorpresivas en otros países. (Ver Hetherington and Nelson, 2003, Anatomy of a Rally Effect)

Cualquier desenlace de la delicada situación alrededor de la península coreana estará mediado por la ruta que sigan, en el corto y mediano plazo, tanto la aprobación del presidente Trump como el grado de conflictividad política interna alrededor de la propia figura del presidente. Por ello, la aprobación y desaprobación presidencial es una variable clave a observar de cara a las previsiones frente a una situación de guerra.

Otro elemento clave en esta coyuntura es el rol de una mayor beligerancia de EEUU en los alrededores de la península coreana, como una señal que pueda otorgar credibilidad al endurecimiento general de la postura estadounidense sobre las maneras de defender sus intereses en la arena internacional. Esto, por supuesto, incluye las señales a Irán, al autodenominado “Estado Islámico” y a otros jugadores de los juegos internacionales relevantes para los EEUU.

La guerra en Asia es simplemente una de las opciones de política frente a las amenazas de Corea del Norte. Otra opción atractiva para la administración Trump es presionar para un incremento en las capacidades militares (y nucleares) tanto de Japón como de Corea del Sur. Esta jugada puede ser una carta para negociar con China sobre un potencial endurecimiento de la nación asiática frente a Corea del Norte, de quien ha sido su aliado durante décadas, su principal socio comercial y uno de sus pocos soportes económicos.

Obviamente, la guerra tiene costos y beneficios políticos para quien ejerce la presidencia de los EEUU, y cualquier movimiento en este sentido debe considerar una multiplicidad de factores. Las guerras suelen demandar cantidades de fondos fiscales que, a la postre, tienen efectos clave sobre los déficit presupuestarios gubernamentales, sobre las presiones tributarias para su financiamiento, y sobre la inflación resultante. Pero, sin duda, un elemento nuevo en el análisis es la personalidad de Trump y cuán proclive sea éste a “jugar al loco”, como una manera de robustecer su reputación de “jugador duro”, que actúe como inhibidor de sus rivales en la arena internacional y como trampolín para su menguada popularidad.


 

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