Juan José Arreola (Jalisco, 1918) es uno de los grandes de las letras mexicanas y universales. Fue escritor, traductor, editor y académico, aunque nunca terminó la educación primaria. Un autodidacta de los que envidiarían las academias modernas.
Hay dos cosas que resaltan de Arreola. La primera es un cuento maravilloso llamado “El guardagujas”, que hay que googlear con urgencia y releer con tranquilidad en cualquier tarde lluviosa.
Pero la gloria de tener a un Arreola en mi historia consiste en un pequeño libro llamado Bestiario. Cuenta la leyenda que Arreola dictó este libro a otro grande de México llamado José Emilio Pacheco. Este breve y maravilloso libro es una colección de descripciones de una serie de animales, en las cuales Arreola danza con la palabra para mostrarnos el alcance de los significados, la tesitura de las palabras precisas, la construcción de conceptos como senderos de metáforas, alegorías y referencias literarias. Toda una delicia para la imaginación.
Les dejo tres ejemplos:
La hiena
“Animal de pocas palabras. La descripción de la hiena debe hacerse rápidamente y casi como al pasar: triple juego de aullidos, olores repelentes y manchas sombrías. La punta de plata se resiste, y fija a duras penas la cabeza de mastín rollizo, las reminiscencias de cerdo y de tigre envilecido, la línea en declive del cuerpo escurridizo, musculoso y rebajado.
Un momento. Hay que tomar también algunas huellas esenciales del criminal: la hiena ataca en montonera a las bestias solitarias, siempre en despoblado y con el hocico repleto de colmillos. Su ladrido espasmódico es modelo ejemplar de la carcajada nocturna que trastorna al manicomio. Depravada y golosa, ama el fuerte sabor de las carnes pasadas, y para asegurarse el triunfo en las lides amorosas, lleva un bolsillo de almizcle corrompido entre las piernas.
Antes de abandonar a este cerbero abominable del reino feroz, al necrófilo entusiasmado y cobarde, debemos hacer una aclaración necesaria: la hiena tiene admiradores y su apostolado no ha sido vano. Es tal vez el animal que más prosélitos ha logrado entre los hombres.”
El sapo
“Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón.
Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias.
Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo.”
El rinoceronte
“El gran rinoceronte se detiene. Alza la cabeza. Recula un poco. Gira en redondo y dispara su pieza de artillería. Embiste como ariete, con un solo cuerno de toro blindado, embravecido y cegado, en arranque total de filósofo positivista. Nunca da en el blanco, pero queda siempre satisfecho de su fuerza. Abre luego sus válvulas de escape y bufa a todo vapor.
(Cargados con armadura excesiva, los rinocerontes en celo se entregan en el claro del bosque a un torneo desprovisto de gracia y destreza, en el que sólo cuenta la calidad medieval del encontronazo.)
Ya en cautiverio, el rinoceronte es una bestia melancólica y oxidada. Su cuerpo de muchas piezas ha sido armado en los derrumbaderos de la prehistoria, con láminas de cuero troqueladas bajo la presión de los niveles geológicos. Pero en un momento especial de la mañana, el rinoceronte nos sorprende: de sus ijares enjutos y resecos, como agua que sale de la hendidura rocosa, brota el gran órgano de vida torrencial y potente, repitiendo en la punta los motivos cornudos de la cabeza animal, con variaciones de orquídea, de azagaya y alabarda.
Hagamos entonces homenaje a la bestia endurecida y abstrusa, porque ha dado lugar a una leyenda hermosa. Aunque parezca imposible, este atleta rudimentario es el padre espiritual de la criatura poética que desarrolla, en los tapices de la Dama, el tema del Unicornio caballeroso y galante.
Vencido por una virgen prudente, el rinoceronte carnal se transfigura, abandona su empuje y se agacela, se acierva y se arrodilla. Y el cuerno obtuso de agresión masculina se vuelve ante la doncella una esbelta endecha de marfil.”
Para finalizar: El postfacio de Pacheco
Lo que sí deben buscar ahora, por ustedes mismos, es el postfacio de este libro maravilloso. (Sí, postfacio. Estamos acostumbrados a los prefacios que, como indica la etimología, se encuentran al principio, pero también existen los comentarios al final de una obra). El postfacio del Bestiario, de Arreola, lleva por título “Amanuense de Arreola” y fue escrito por José Emilio Pacheco, narrando cómo escribió el libro mientras Arreola se lo dictaba, y las vicisitudes de su creación. ¡No pueden dejar de leer el postfacio de Pacheco!
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