¿Por qué algunos lanzan su Religión sobre otros y por qué otros atacan la Religión de los unos?

Foto: Travis

Dos eventos, geográficamente distantes, han puesto sobre la mesa una vez más a las pasiones que se desatan en el nombre o en contra de una religión.

Las noticias, y las imágenes, se han diseminado ampliamente.

El jueves 9 de junio de 2016, un grupo de jóvenes exaltados destruyó la imagen del Cristo de la Iglesia de la Gratitud Nacional, en Santiago de Chile. La mayoría de éstos, tapaba su cara con capuchas mientras golpeaban al Cristo inanimado y clemente.

Como es de esperarse, esto desató la furia y la indignación de los católicos, en primera instancia, y también de quienes defienden el respeto a los símbolos religiosos de los demás.

Tres días después, el domingo 12 de junio de 2016, Omar Siddique Mateen, un estadounidense que presuntamente simpatizaba con el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), mató con fuego de fusil a 50 personas en una discoteca de la ciudad de Orlando, en el estado de Florida. Mateen habría dejado grabaciones en las que juraba lealtad al ISIS, y según un excompañero de trabajo, “era peligroso, no le gustaban los negros, las mujeres, las lesbianas ni los judíos.” Poco tiempo después, el Estado Islámico asumió la autoría del ataque.

¿Puede un día la religión llegar a ser solo algo íntimo?

El tema religioso ha sido siempre un terreno intelectual escabroso. Hablar de religiones es aproximarse a una región cultural en la que, a menudo, el lenguaje cede el paso al ejercicio del poder. Muchas veces al ejercicio de la violencia.

La religiosidad es una necesidad humana, una manera de relacionarse con el átomo y el cosmos, con el bien y el mal que habita en los seres conscientes, con el dolor y la furia, con la pasión y el disfrute, con la luz y la sombra, con las mareas y con la lluvia.

Pero la religión es la institucionalización de la religiosidad y es algo tan delicado y poderoso, que hay que dar un paso atrás cuando se asoma su poder. La religión puede ser usada para fines nobles, como cuando se levanta para predicar y promover virtudes y valores de fraternidad, benevolencia o solidaridad.

El problema es que a menudo, la religión es usada para justificar la colonización, la extracción de riquezas, para obtener favores sexuales de niños o para imponer determinado poder político.

Yo soy agnóstico, o simplemente ateo (en el sentido de “sin Dios”) por formación intelectual. Desde niño fui expuesto a la apreciación de la teoría de la evolución como antítesis de las teorías religiosas del creacionismo. Hoy día soy esencialmente escéptico frente al hecho religioso. Pero tengo, percibo y creo en cierta religiosidad.

Cuando pienso en la religión, una de las cosas que tengo más presentes en mi historia son las múltiples ocasiones en las cuales las personas trataban de convencerme de que Dios sí existía. Bastaba que yo dijera que era ateo, para que familiares, amigos o conocidos se esforzaran en “hacerme entender” que estaba equivocado, que existe un Dios, que es bueno y que “debía corregir mi error” o estaría condenado por siempre.

Poco respeto sentí a menudo por mi condición de ateo.

Aún hoy, cuando digo que soy ateo o agnóstico, mucha gente salta a lanzarme argumentos sobre la existencia de Dios y sobre la necesidad de que todos creamos en él.

¿Encierra esta actitud un irrespeto? ¿Por qué tratar de convencerme, si yo no trato de convencer a nadie de que Dios no existe (y menos de que “dios no es bueno“, como afirma Christopher Hitchens en un libro escrito con el alma)?

Pese a todo ello, hoy día respeto profundamente la religión de los demás. Mis hijos son relativamente religiosos o creyentes, pese a mis explicaciones evolutivas y contrarias a la fe.

Pero cada  vez que veo violencia alrededor de la religión, cada vez que veo el abuso de poder que se hace en nombre de Dios (como el de los curas que usan la palabra de Dios para violar a niños), cada vez que veo a personas enfurecidas contra un símbolo religioso y a otras enfurecidas contra los sacrílegos, cada vez que un fanático mata a los infieles en el nombre de Dios, me pregunto:

¿Podrá llegar el día en que la religión sea algo íntimo?

¿Un día en que quien cree no tenga que lanzar su creencia sobre los otros, con más o menos violencia?

¿Un día en que nadie pretenda evangelizarme?


 

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