El fantasma del populismo recorre el mundo, haciéndose presente en lugares que poco tiempo atrás parecían impensados. Sabíamos que pasó por Argentina y dejó anidados embriones que despiertan espasmódicamente, que pasó por Venezuela y dejó una huella de miseria e ignominia persistentes. Sin embargo, en el 2016 ocurrió lo que parecía impensable: sorprendió en los Estados Unidos y sus brasas crepitan en Europa, como a la espera de vientos resentidos que oxigenen el alma de la bestia. En 2015 prendió en Grecia y desde 2016 también ha mostrado sus dientes en Francia y en España. ¿Acaso este fantasma llegará a Chile, la otrora promesa latinoamericana del libre mercado y el crecimiento sostenido? En las líneas que siguen intentaré consolidar las claves de la sospecha o el conjuro.
Desde el año 2011, en Chile ha reverdecido un malestar crustáceo de temblores y miedos, una costra de reclamos que se extiende en la piel de estudiantes endeudados, de jubilados decepcionados, de indígenas excluidos, de la cual emerge un monstruo con tres pares de patas que buscan avanzar hacia atrás y a contravía de una esperanza anquilosada en la promesa huidiza del progreso y el consumo. ¿Acaso estas cenizas son señales del incendio mayor que se avecina? Veamos qué dicen algunos datos.
Los signos del malestar están en la calle
Aunque hubo un precedente en 2006, expresado en lo que se conoció como la “revolución de los pingüinos” (por el color del uniforme de los estudiantes de secundaria), las mayores protestas estudiantiles del Chile de las últimas décadas estallaron en el año 2011. Bajo la consigna de “por una educación gratuita y de calidad”, un gran número de estudiantes universitarios (a los que se sumaron estudiantes de secundaria y algunas organizaciones sociales y sindicales) salió recurrentemente a protestar en las calles de Santiago y otras ciudades del país austral. Simultáneamente, las encuestas comenzaron a mostrar un creciente apoyo ciudadano a las demandas estudiantiles.
El elevado costo financiero de la educación universitaria, que recaía principalmente en las familias chilenas, la baja o nula correspondencia entre el costo de los aranceles y las diferencias de calidad entre las universidades privadas (universidades de baja calidad cobraban aranceles semejantes a los de las mejores universidades) y las frustradas expectativas de obtener salarios que permitieran afrontar holgadamente el costo de la vida más las deudas educacionales, todo esto convergió en el malestar expresado en protestas masivas.
Aquel malestar fue pronto interpretado como el signo de una desazón mayor con el sistema político y económico chileno. En un artículo de la época, escrito por Verónica Smink para el portal bbc.com, Mario Garcés Durán, director de la ONG chilena Educación y Comunicaciones, señalaba lo siguiente: “La educación dejó de ser un mecanismo de movilidad social en Chile y pasó a ser lo contrario: un sistema de reproducción de la desigualdad”.
En 2016, la calle volvió a calentarse con protestas masivas, esta vez mostrando el malestar de amplios sectores sociales con el desempeño del sistema de pensiones. De manera análoga al caso de la educación universitaria, un sector relevante de la sociedad chilena percibe que el esquema de administración privada, competitiva y basada en el ahorro individual de los fondos de retiro, no sólo ha dejado grandes beneficios para las empresas administradoras, sino que ha sido incapaz de satisfacer las expectativas de pensiones “dignas”. Aunque el problema responde, en gran medida, a la combinación entre bajas tasas de aporte individual y cambios demográficos (aumento de la esperanza de vida y, en consecuencia, del período a ser financiado con el ahorro previsional) y un débil pilar solidario, las bajas pensiones efectivas han alimentado la idea de que una fuente clave es la misma concepción individualista, no solidaria y de mercado, de todo el sistema.
El Frente Amplio y su inspiración en el Podemos español
De las protestas estudiantiles de 2011 emergieron nuevos líderes y germinaron nuevas organizaciones políticas que desafían al modelo económico chileno, sobre la base de propuestas de raigambre populista de izquierda. El caso más llamativo es quizá el de los diputados Giorgio Jackson y Gabriel Boric, electos en las listas de la coalición gobernante, la Nueva Mayoría, en las elecciones parlamentarias del año 2013. Jackson, cara más visible del nuevo partido Revolución Democrática, y Boric, del Movimiento Autonomista, son hoy los más claros representantes de la Nueva Izquierda, la facción que desde el extremo izquierdo del espectro político desafía electoralmente a la coalición gobernante, la centroizquierdista Nueva Mayoría.
En el 2017, esta Nueva Izquierda se convirtió en el pilar fundamental de una nueva coalición electoral autodenominada el Frente Amplio, en cuya base conceptual habría una importante influencia del antagonismo elite-pueblo y de la aspiración a una hegemonía cultural, propios de las bases conceptuales del populismo de izquierda. El populismo, más que una ideología, es una manera de organizar la toma del poder político a partir de la unificación de los resentimientos sociales. “El carácter distintivo del populismo es precisamente que aloja una variedad infinita de demandas que logran unificación a través de un enemigo común. Es igual que sea la rabia antioligárquica o el racismo antiinmigrante.” [1]
Como un ejemplo de esta influencia, podemos referir las ideas plasmadas por Nicolás Valenzuela y Eduardo Paredes, miembros del Frente Trabajo, Movimiento Autonomista, en un artículo publicado en el portal eldesconcierto.cl, en septiembre de 2016. En este, Valenzuela y Paredes señalaban lo siguiente:
“¿Cómo hacer que ganar una elección presidencial no sea una tragedia? La única respuesta posible es que ese gobierno sea un gobierno de cambio, que cumpla con las expectativas de su base de apoyo, y que, al terminar un período, su proyecto social, cultural y político tenga más fuerza que al ser electo. (…) (U)n gobierno con estas características se constituiría en un gobierno democrático revolucionario. La clave es entender la diferencia entre la estrategia social demócrata y la estrategia revolucionaria democrática. Un gobierno social demócrata buscará encontrar un punto de equilibrio entre los diversos intereses en juego entre los distintos grupos de poder, haciendo reformas que hagan viable el orden social actual, el régimen democrático y el desarrollo capitalista. Un gobierno revolucionario democrático debiera basarse en una estrategia de incrementalismo radical, lo cual implica realizar los cambios máximos posibles sin quiebre democrático, buscando como objetivo principal que el producto de sus reformas sea un nuevo equilibrio de poderes, a partir del cual se puedan dar nuevos pasos hacia poder superar la sociedad de mercado.”
De manera similar a lo ocurrido en España, donde el surgimiento de Podemos ha erosionado una fracción relevante de la base electoral del PSOE, el Frente Amplio chileno amenaza a la gobernante coalición de centro-izquierda, la Nueva Mayoría. A cuatro meses de la primera vuelta presidencial, a celebrarse el 19 de noviembre de 2017, algunas encuestas ya muestran el ascenso de la candidata del Frente Amplio, Beatriz Sánchez, a expensas de Alejandro Guiller, principal candidato de la Nueva Mayoría.
¿Qué favorece el triunfo del populismo en Chile?
Ernesto Laclau, en sus clásicos trabajos sobre el populismo, plantea que uno de los manantiales de los que se nutre el populismo es la acumulación de demandas insatisfechas y la frustración de expectativas, que pueden ser sintetizadas por la oferta de un discurso de la rabia contra “la oligarquía”. En Chile, quizás es plausible postular que estos elementos de frustración se refieren a problemas de desigualdad de oportunidades, esto es, al incumplimiento de las condiciones meritocráticas que fueron la base de las promesas y condiciones de funcionamiento equitativo de modelo económico.
Estos problemas pueden ser aterrizados en los elementos de clasismo y segregación que persisten en la sociedad chilena, en las percepciones de exclusión de determinados sectores de la población y en las ventajas ilegítimas de otros, en relación con la asignación de las oportunidades de progreso económico y social. Los casos de colusión o conspiración entre empresas para fijar precios cuasi-monopólicos (farmacias, pollos, papel tissue), sumados a los casos de financiamiento irregular de la política, en un escenario de percepción de ausencia de penalizaciones efectivas y proporcionales, otorgan una base política robusta al discurso que plantea que el modelo económico carecería de competitividad, que estaría “arreglado” para simular competencia y justicia procedimental, mientras en realidad se favorece a una minoría u oligarquía formada por una alianza de políticos y los principales grupos empresariales del país.
Este discurso está en la base de los cuestionamientos al lucro en la educación o en el sistema de pensiones, como fuente de los problemas señalados por la Nueva Izquierda, ahora agrupada en el Frente Amplio. La idea pivote de esta crítica al modelo se puede sintetizar en que las dos principales coaliciones políticas de Chile, la Nueva Mayoría, en la centroizquierda, y Chile Vamos, en la centroderecha, estarían funcionando como un duopolio político, con el objetivo de perpetuar la desigualdad de oportunidades y la ausencia de meritocracia.
¿Qué dificulta el triunfo del populismo en Chile?
Un indicador clave del éxito de las propuestas políticas populistas de izquierda es el quiebre de las mejoras en las condiciones de vida de un país, lo cual puede ser imperfectamente recogido por el desempeño del PIB por habitante. La hipótesis subyacente a este argumento es que la existencia de retrocesos significativos en el PIB por habitante de un país, serían un buen predictor del crecimiento electoral de las propuestas populistas de izquierda.
Uno de los ejemplos más dramáticos de América es Venezuela. Tan dramático que raya en lo dantesco, debido a la crisis social, económica y política que lo ha convertido en un titular constante de la prensa global. El colapso del PIB per cápita de Venezuela comenzó en 1977, y de allí en adelante registró una montaña rusa de alzas y bajas hasta el triunfo electoral de Hugo Chávez en diciembre de 1998. Pero más allá del extremo caso venezolano, hay dos ejemplos recientes en los que vale la pena detenerse: España y Grecia.
En este gráfico se muestra el producto interno bruto (PIB) por habitante, para ambos países, expresado en relación con el nivel registrado por cada país en el año 1990. Por ello el valor del indicador es 100 en aquel año. El gráfico entonces muestra cómo ha evolucionado la producción per cápita en España y Grecia en relación con el nivel registrado en el año base. Por ejemplo, el indicador de Grecia alcanzó su punto más alto del período evaluado en 2007, con un valor de 155. Esto indica que en el 2007, el PIB por habitante fue 55% más alto que en 1990. Como se observa, a partir de aquel año ocurrió una caída sostenida de la producción por habitante hasta el año 2013, cuando el indicador registra 115, lo que implica un retroceso de 40 puntos porcentuales desde el nivel alcanzado en 2007. [2]
No parece entonces accidental que el partido Syriza, cuya propuesta tenía visos claros de populismo, haya capitalizado el descontento de los votantes griegos, ganando las elecciones parlamentarias del año 2015, cuando su principal líder, Alexis Tsipras, se convirtió en Presidente.
Un proceso similar, aunque no tan pronunciado, ocurrió en España. En 2007, el producto per cápita fue un 44% más alto que en 1990, pero entonces registró una contracción sostenida de quince puntos porcentuales hasta alcanzar el fondo del valle en el año 2013 (entre 2008 y 2013 perdió 15% de lo ganado entre 1990 y 2007). Podríamos entonces inferir que el ascenso de Podemos (partido cuyos principales dirigentes fueron asesores de Hugo Chávez y Evo Morales en los tempranos 2000) puede ser explicado en alguna medida por esta caída, y el triunfo del Partido Popular de Mariano Rajoy estaría asociado a la recuperación registrada en los tres años entre 2014 y 2016.
Puede argumentarse que esta es una interpretación economicista, pero la evidencia observada en Grecia, España y Venezuela aporta una base de plausibilidad a la relación entre caídas sostenidas del PIB por habitante, y por extensión del nivel de vida, y el aliento electoral de las propuestas políticas de tinte populista. Esta línea argumental es también consistente con la elaboración teórica de Ernesto Laclau, la cual apunta a que en la génesis del populismo habría una pérdida de capacidad del sistema de satisfacer demandas socioeconómicas. El PIB per cápita podría recoger entonces la dinámica de satisfacción-insatisfacción de tales necesidades.
Veamos ahora qué ha ocurrido en Chile con este indicador, en el marco de esta línea argumental:
Como se observa en nuestro segundo gráfico, y a diferencia de España y Grecia, en el período analizado Chile muestra un aumento relevante y sostenido del PIB per cápita, con apenas unos leves baches en 1999 y 2009. En el año 2016, el producto chileno por habitante fue 153% más alto que el registrado en 1990. Siguiendo entonces la línea argumental anterior, puede postularse que el elemento que quizá más dificulta el éxito electoral de la propuesta populista en Chile es la mejora sostenida de las condiciones de vida de la sociedad chilena, observada en las últimas tres décadas.
Conclusiones
El Frente Amplio chileno podría convertirse en la mayor amenaza de populismo vista en Chile desde el golpe de Estado de 1973. Aunque en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de diciembre de 2009 un candidato con un discurso cercano al populismo alcanzó un 20% de los votos (Marco Enríquez-Ominami), lo que ocurra en las elecciones de noviembre de 2017 puede convertirse en un hito, o en una amenaza relevante. Los casos de colusión de los últimos años (Farmacias, Pollos, Papel tissue), los escándalos sobre relaciones viciosas entre política y negocios y el malestar reflejado en las protestas estudiantiles y de cuestionamientos al sistema previsional, son signos que podrían consolidarse como señales de una probable erupción del volcán populista en el país austral.
Sin embargo, el crecimiento sostenido de la producción por habitante, que se observa en Chile durante el período analizado, puede interpretarse como un antídoto contra el éxito electoral de propuestas abiertamente disruptivas del modelo económico vigente. El escenario político-electoral chileno de los próximos años será un laboratorio interesante para evaluar el balance entre los factores que facilitan el éxito populista y los elementos que lo contrarrestan.
La capacidad del sistema político para crear instituciones que regulen la relación entre política y negocios, la generación de señales de que la justicia funciona y los abusos son penalizados con la misma fuerza con que se castigan los delitos corrientes, y el logro de un acuerdo político alrededor de medidas que efectivamente contrarresten a las trampas de desigualdad de oportunidades presentes en la sociedad chilena, todo esto será clave para garantizar la inmunidad del sistema frente al ataque del virus del populismo.
En la centro-derecha está fijada firmemente la idea de que el crecimiento económico y la proliferación del emprendimiento serían suficientes para garantizar un clima de igualdad de oportunidades. Sin embargo, esto quizá no sea suficiente. Un desafío clave del sistema político es logar un grado de cooperación que permita crear instituciones que ataquen los mecanismos que limitan la meritocracia, por una parte, y provean de manera poco distorsionante un mayor grado de solidaridad entre las personas de cada cohorte y entre distintas generaciones, por la otra. Algo de esto quizá deba incluir una vacuna más efectiva contra el populismo y las ideas que pregonan el regreso al Estatismo centralizador.
Notas:
[1]. Silva-Herzog Márquez, J. (2006). “La razón populista, de Ernesto Laclau“, México: Letras Libres.
[2]. El PIB por habitante utilizado como base para la construcción de estos índices está expresado en paridad del poder adquisitivo (PPA), en dólares a precios internacionales del año 2011.
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