¿Por qué sobrevive el gobierno de Maduro?

Foto: Tzinieris

Una de las preguntas más comunes, tanto entre las víctimas como en los observadores de la tragedia humanitaria venezolana, es esa de cómo se sostiene el gobierno de Nicolás Maduro en un contexto de ruina generalizada.

En los últimos cinco años se ha evaporado más del 50% del producto interno bruto, se ha instalado y acelerado un proceso hiperinflacionario, se han disparado los casos de desnutrición, enfermedades que habían sido erradicadas y muertes por falta de medicamentos y equipos médicos adecuados, y todo esto ha generado una estampida de desplazados que huyen de Venezuela por todas las vías disponibles.

Y pese a todo ello, el gobierno luce sólido, estable, capeando el temporal “rodilla en tierra”, como gustaba decir al extinto Hugo Chávez en una de las tantas metáforas militares de su cursilería discursiva; mientras la oposición se muestra cada vez más desarticulada, dividida y desmoralizada. Aunque quisiera equivocarme, todo parece indicar que habrá Maduro para rato.

¿Es esto inaudito, inconcebible o contra intuitivo?

¿Debería la ruina de Venezuela haber provocado la caída del gobierno de Nicolás Maduro?

La tesis que desarrollaré a continuación indica que no. La estabilidad de una tiranía, con la fortuna de unos pocos erigida sobre la miseria de muchos, en un país que se cae a pedazos, podría ser un resultado predecible y bastante más común de lo que muchos observadores casuales (y analistas sesudos) suelen creer. Veamos cómo opera la explicación del “éxito” de Maduro y sus secuaces.

 

Tres conjuntos de electores: intercambiables, influyentes y esenciales

Utilizaré la teoría inicialmente llamada “la lógica de la supervivencia política”, y posteriormente esbozada en el libro “El manual del dictador” de Bruce Bueno de Mesquita (BBM) y Alastair Smith (AS). La explicación propuesta por estos autores parte de la idea trivial de que el objetivo de todo político es acceder al poder y conservarlo.

Desde este punto de vista, los dirigentes que representan a las distintas facciones o sectores políticos compiten entre sí por acceder a la posición de líder, es decir de presidente, primer ministro o alguna otra etiqueta usada para identificar al máximo dirigente.

Los actores del sistema político son entonces divididos en tres categorías o conjuntos, los cuales son definidos en orden creciente según el grado de su participación en la elección y sostenibilidad del líder.

Al primer conjunto de actores lo llamaremos “los intercambiables” (siguiendo la terminología introducida por BBM y AS). Este representa al conjunto más amplio de electores potenciales, e incluye a todos los electores facultados para votar. En una democracia, este grupo suele estar formado por los ciudadanos mayores de 18 años que estén inscritos en el registro electoral.

El segundo grupo es el subconjunto del primer grupo que efectivamente vota por los distintos candidatos, partidos o jefes, según se trate de un sistema democrático presidencialista, parlamentario o derechamente autocrático. Este grupo incluye a todos aquellas personas cuyo voto efectivamente influye en la elección, por lo cual son llamados “los influyentes”. En una democracia, este grupo lo conforman los votantes efectivos, cuyos votos son contados y respetados en la elección.

El tercer grupo es el número mínimo de votantes cuyo voto u opinión es decisivo para la elección del máximo dirigente. Este grupo representa la coalición ganadora y lo llamaremos “los esenciales”, debido a que su acuerdo es esencial para la elección del líder máximo y para su estabilidad en el poder. En el caso de una votación para elegir un puesto (el presidente o primer ministro), de una sola vuelta, el conjunto de los esenciales es representado por el número de votantes correspondiente a la votación del segundo más votado más un voto. En el caso de una elección con segunda vuelta, este conjunto contiene al 50% de los votantes más un voto.

El juego político, según Bueno de Mesquita y Smith

  1. Las personas valoran el poder político, y compiten por este, (i) debido a que tener poder genera en sí mismo satisfacción o utilidad y (ii) debido a que tener el poder político le brinda a los dirigentes acceso a bienes privados tales como dinero (salarios, bonos, comisiones, partida secreta) o equivalentes medidos en comodidades (gastos de vida, servicios, eventos, atenciones).
  2. Para que el dirigente acceda y conserve el poder, éste debe entregar beneficios competitivos primero a los esenciales y luego a los influyentes.
  3. Las personas que forman los grupos esenciales e influyentes reciben utilidad del acceso a bienes privados (dinero, bienes) y a bienes públicos (instituciones, seguridad personal, infraestructura, servicios estatales, baja incertidumbre económica, política social).
  4. Influyentes y esenciales apoyarán al líder que les ofrezca una mayor utilidad en forma de bienes privados, bienes públicos o una combinación de estos.
  5. El comportamiento de los líderes depende, fundamentalmente, de los tamaños relativos de los grupos de influyentes y esenciales con respecto a los intercambiables.
  6. En una democracia competitiva, los influyentes y los esenciales son grupos relativamente grandes, como proporción del total, es decir de los intercambiables.
  7. Cuando son muchos los influyentes y esenciales, entonces para el líder es más barato entregar valor a éstos en forma de bienes públicos que con la entrega directa de bienes privados. Si tienes que entregar seguridad a unos pocos, entonces puedes transferirles dinero suficiente para que éstos contraten guardaespaldas y compren viviendas caras en condominios cerrados. Si tienes que entregar seguridad a muchos, entonces es más barato invertir en un sistema judicial-policial eficiente.
  8. En una democracia competitiva, como muchos intercambiables son influyentes o esenciales, entonces el líder debe preocuparse no solo de entregarles valor a sus electores (una combinación atractiva de bienes públicos y privados) sino también de que este valor no sea demasiado caro (que los impuestos pagados no sean muy altos en relación con lo que reciben).
  9. Llamamos “régimen autoritario” a los casos en los cuales los influyentes y los esenciales son grupos bastantes pequeños. En estos casos, el líder tiene incentivos a cobrar altos impuestos a los intercambiables o a la población no votante y a usar estos tributos para entregar dinero y riqueza a los influyentes y, sobre todo, a los esenciales. Esta es la manera “óptima” de mantener contentos principalmente a los pocos esenciales.
  10. Como señalan Bueno de Mesquita y Smith, el punto anterior explica por qué durante una gran parte de la historia humana, muchas sociedades han sido gobernadas por déspotas que roban a muchos pobres (con pocos derechos políticos) para enriquecer a una pequeña élite de ricos.
  11. La supervivencia de los líderes de los regímenes autoritarios depende de (i) mantener contentos a los esenciales; (ii) hacerles saber a éstos que la deslealtad tiene un alto costo; (iii) dar a los intercambiables (las masas) lo mínimo para que puedan trabajar y pagar los tributos; y (iv) reprimir de manera sangrienta a los rebeldes para desmotivar la sublevación de las masas.
  12. Cuando se estrechan los recursos para mantener contentos a los esenciales, entonces la respuesta óptima del líder es realizar una purga, o una “limpieza”, que permita reducir el número de esenciales protegiendo las rentas de los pocos sobrevivientes.
  13. Cuando se desarrolla un Estado policial que puede sostener esta dinámica con cierta efectividad, entonces el régimen sobrevive aunque la situación de las mayorías sea paupérrima.

La estabilidad de Maduro

A la luz de las ideas que hemos esbozado, podemos postular que el proyecto político liderado por Chávez, y luego heredado por Maduro, siempre tuvo el germen del devenir que estamos observado en la tragedia humanitaria venezolana.

Hay dos elementos que se retroalimentaron para abrir espacios a una dinámica de reducción de los esenciales e influyentes que eventualmente terminaría en esa mezcla de crisis humanitaria y represión política que observamos hoy. Por un lado, la visión política de Chávez apuntaba a una hegemonía institucional (reducción de influyentes), como una manera de ganar autonomía frente a las élites e intereses del antiguo sistema. Por el otro lado, la visión anti-mercado, estatista y de desprecio por los incentivos económicos e institucionales del chavismo implicaba, de por sí, que la provisión de bienes públicos se haría cada vez más costosa.

Chávez entiende que la supervivencia de las reglas democráticas básicas (elecciones relativamente limpias y equilibrio de poderes) dependía entonces de altos precios del petróleo para financiar bienes públicos muy costosos y para financiar transferencias directas e indirectas de bienes privados, tal que le permitieran “comprar” la satisfacción de un conjunto de influyentes y esenciales relativamente grande. La certeza de las ineficiencias de la gestión y del agotamiento eventual de la renta petrolera catalizó un proceso de concentración de estos dos grupos. La adscripción a las misiones, las listas de electores opositores y la información geo-referenciada de su base de apoyo, las promesas de entrega de bonos y subsidios directos con base en esta información, hasta terminar en el carnet de la patria, todo ello fue parte de un proceso de reducción del número de influyentes y esenciales.

Durante un tiempo, y pese a la reducción de los números, las preferencias de los influyentes y esenciales se expresaban de manera electoral. Los elevados precios del petróleo y el aumento del endeudamiento del Estado permitían entregar a estos dos grupos unos pocos bienes públicos y una cantidad de bienes privados, medidos estos últimos en términos de bonos especiales, subsidios y regalos habitacionales, ventas de vehículos en condiciones financieras preferenciales y alimentos y medicinas a precios subsidiados.

Pero entonces sobrevino la caída de los precios del petróleo, los cuales bajaron desde cerca de 110 dólares por barril en 2012 a 26,5 dólares por barril en 2016. Este fue el catalizador de la renuncia abierta del gobierno a la competencia en elecciones relativamente limpias, cuya expresión más elocuente fueron las elecciones presidenciales de mayo de 2018.

Esta renuncia a la competencia electoral, y las purgas internas que implicaron la expulsión de la coalición de una porción relevante de dirigentes chavistas, fueron la expresión de una drástica reducción del conjunto de los esenciales. Esto entonces completa un cuadro semejante a Corea del Norte o Cuba: el grueso de la población es esquilmado con impuestos como la inflación y una reducción brutal del gasto social, las protestas generadas por esto son reprimidas de manera sangrienta, con asesinatos, torturas y detenciones sin debido proceso, todo ello para permitir que se mantenga un flujo de bienes privados hacia los pocos esenciales restantes.

Conclusiones

Aunque parezca paradójico, es en esta tragedia donde radica la estabilidad del gobierno de Maduro. En el ámbito interno, la reducción del número de esenciales le permite comprar apoyo con bienes privados a un menor costo global. La persecución con saña de los disidentes, las amenazas de revelación de los casos de corrupción que los involucran y las detenciones con aislamiento prolongado, como es el caso de Raúl Baduel, todo esto disciplina a los esenciales sobrevivientes y los incentiva a garantizar su apoyo a Maduro y a la cúpula dirigente. Esto es lo que en teoría de la negociación se llama “rehenes mutuos”. Maduro es rehén de unos pocos esenciales (quienes se sienten más seguros en tanto disminuye el conjunto de los intercambiables), de cuyo apoyo depende su estabilidad, y estos pocos esenciales son rehenes de Maduro, de cuyas decisiones depende el flujo de privilegios y bienes privados que los esenciales disfrutan.

¿Puede la oposición afectar este juego? Dudosamente. Por una parte, el gobierno ha sido eficaz en aprovechar y motivar los conflictos internos de la oposición. Por otra parte, se utiliza todo el poder y la violencia del Estado para castigar con asesinatos, torturas y detenciones arbitrarias a los opositores percibidos como “fuera de control”. Finalmente, a un conjunto chico de opositores se les han asignado bienes privados, quizá como una vía para comprar colaboración en las sombras. Los casos de las fortunas transferidas a familiares o cercanos a algunos políticos, como se ha revelado en los últimos días, quizá sea una expresión de cómo Maduro usa los fondos y oportunidades disponibles para comprar a los pocos esenciales que apoyan a su coalición desde fuera de esta.

¿Podrían las amenazas externas ser efectivas en socavar la estabilidad de Maduro? Difícilmente. Las sanciones individuales aumentan los costos de salida de los esenciales. Las amenazas de intervención no son creíbles, en tanto China y Rusia tengan grandes intereses comprometidos en el país, intereses cuya garantía por parte de los potenciales sucesores de Maduro es también poco creíble.

De todo esto podemos entonces extraer que habrá Maduro para rato. Que la ruina y la miseria de las mayorías afianzan el apoyo de los pocos esenciales sobrevivientes y que, como Corea del Norte o Cuba, Venezuela está atrapada en un equilibrio de estabilidad política (soporte de los esenciales a Maduro), represión brutal de la disidencia, reparto de bienes privados entre unos pocos y baja credibilidad de una intervención extranjera.

¿Para qué un intento de diálogo en este contexto? Para comprar recursos (ayuda humanitaria, financiamiento directo, relajación de las restricciones financieras) que le permitan mantener las rentas de los esenciales.

Ojalá este análisis sea destruido por algún evento inesperado y se precipitara alguna forma transición.


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1 comentario en «¿Por qué sobrevive el gobierno de Maduro?»

  1. AMÈN, AMÈN, AMÈN

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